La alimentación en todo el planeta es responsable del 26% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Estas emisiones se producen en toda la cadena, desde la producción animal (un 52%), la producción vegetal (un 29%) su procesado y empaquetado (un 9%) y el transporte y la distribución (un 9%). Y lo que todavía es más grave, un tercio de esas emisiones corresponden a pérdidas y desperdicios alimentarios. Por todo ello, los expertos en medioambiente y sanidad advierten que la forma en que estamos produciendo y consumiendo los alimentos está afectando gravemente no solo a los ecosistemas y a la diversidad sino también a nuestra salud.
Y ¿qué podemos hacer nosotros para paliar esta situación? Según diversos estudios, mucho más de lo que podríamos creer. Entre ellos, hoy destacamos un reciente informe de la revista Nature Food, que concluye que con tan solo pequeños cambios en nuestras elecciones alimentarias conseguiríamos grandes beneficios para nuestra salud y para el planeta. La investigación asegura que reduciendo en un 10% la ingesta calórica en productos como las carnes rojas o los procesados, se reduciría la huella medioambiental de los alimentos que se consume en un 30%. Un porcentaje nada desdeñable, pues no debemos olvidar que los alimentos suponen entre una quinta y una tercera parte de todas las emisiones anuales de gases de efecto invernadero en todo el mundo. Otro dato para valorar es que en la mayoría de los casos los alimentos más sanos y nutritivos son también los más sostenibles desde el punto de vista medioambiental.
Y si todo esto es cierto, ¿por qué nos solemos quedar de brazos cruzados? Pues, aunque parezca una paradoja, el 97% de los españoles afirma que le preocupa el medioambiente, pero no actúa porque percibe que a la mayoría de las personas que le rodean no les importa y, por tanto, su posible acción tendría poca o ninguna repercusión.
Hoy nos proponemos acabar con esta falsa creencia y para ello vamos a intentar demostrar cuan fácil es mejorar nuestra salud y cuidar el medio ambiente con pequeños cambios en nuestra manera de alimentarnos.
Según la Universidad de Michigan, si sustituimos el 10% de la ingesta calórica diaria de este tipo de carne por frutas, verduras, frutos secos, legumbres, pescados y mariscos, podríamos reducir un 33% la huella de carbono alimentaria y ganaríamos 48 minutos diarios de vida saludable. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) defiende que los seres humanos consumen hasta un 70% más de proteínas de lo que necesitan y es saludable.
Las plantas requieren de menos tierra, energía y agua y producen menos emisiones de CO2 que los alimentos de origen animal. Está claro que no todos estamos dispuestos a comer de forma vegana, pero sí podemos incrementar el consumo de frutas y vegetales de temporada y cercanía. Un dato nos puede hacer reflexionar. Si todos los habitantes del planeta se alimentaran de forma vegana, las emisiones de gases de efecto invernadero del sistema alimentario se reducirían a más de la mitad.
Estos productos requieren de ingentes cantidades de recursos naturales para su producción, creando un gran impacto ambiental y también generan grandes cantidades de desperdicios. Por otra parte, suelen ir envasados o embalados en plásticos, convirtiéndose en unos de los productos menos ecológicos que existen. En cuanto a nuestra salud, pocos son los productos procesados que no están cargados de grasas, azúcares y aditivos.
El impacto ambiental del desperdicio de alimentos es incalculable. Un daño que podríamos evitar con una lista de la compra coherente y responsable. Comprando solo lo que vayamos a consumir y comprometiéndonos a no almacenar grandes cantidades de productos perecederos que acaban en la basura.
La producción de estos alimentos es mucho más sostenible, pues requiere de menos recursos naturales, conservantes o herbicidas. Por otra parte, no requieren de largos transportes, contribuyendo así a reducir las emisiones producidas por los carburantes.
Este “semáforo” viene a corroborar la eficacia de poner en práctica los puntos anteriores. Se trata de un nuevo índice nutricional, basado en la epidemiología y el impacto ambiental de los alimentos que clasifica éstos según tres colores: verde, amarillo y rojo. El verde contendría los alimentos que debemos aumentar en la dieta por su bajo impacto ambiental y sus beneficios para nuestra salud. Entre estos alimentos “verdes” se encuentran los frutos secos, los vegetales, las legumbres, los granos integrales y algunos mariscos. En el rojo encontramos alimentos con alto impacto nutricional o ambiental negativo que debemos reducir al mínimo o evitar. Se trata de carnes y procesados. Por último, en el nivel amarillo se situarían el resto de los alimentos, con un impacto nutricional y medioambiental medio, que podríamos consumir ocasionalmente. Es el caso de pescados, huevos o lácteos.
En resumen, llevar una alimentación sostenible es tan simple como seguir una dieta sana y equilibrada, que priorice los alimentos de temporada y cercanía, que se produzcan mediante prácticas ecológicas o agroecológicas. Y el último, pero no por ello menos importante requisito: evitar al máximo el desperdicio.
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